miércoles, 30 de diciembre de 2009

Cuando una incoherencia se vuelve locura

No me conocías lo suficiente, ni yo a ti. Podría haber cambiado de tema o contarte cualquier mentira. Podría haber ganado unos segundos para estructurar en mi cabeza una historia mínimamente coherente y salir del paso o simplemente quedarme callado. Pero no me apetecía inventarme una excusa.

Estoy loco, te dije. Sí, y qué. ¿Hay algún problema con ello? Soy un loco en medio de un mundo de locos. No es tan grave, ¿verdad? ¿O es que por estar loco no puedo ser una persona como todas las demás? ¿No estamos a caso todos un poco locos? ¿Y es que un loco no puede sentir? Puede que no sienta exactamente como se supone que debería sentir, eso es cierto (¿quién lo hace?)... Pero siente, ¿no? ¿No come? ¿No duerme? ¿No se le puede dar un abrazo cuando lo necesita? ¿No puede jugar a querer y ser querido? ¿No escucha música cuando le apetece? ¿No disfruta con una buena película o con un libro de verdad?

¿Que por qué estoy loco, dices? Pues en parte por ser un soñador en un mundo donde soñar sólo está permitido bajo la supervisión de una almohada, en parte por ser un realista-pesimista que no ve más que el lado malo de todo lo que le rodea, pero no de lo que rodea a los demás. Para los demás siempre tengo preparado un bonito y satisfactorio lado bueno de las cosas. Estoy loco porque quise demasiado y aún estoy herido. No pido que la herida se cure; estoy suficientemente loco como para querer recordarla para siempre pero suficientemente cuerdo como para querer que deje de dolerme de una vez.

Aun así, después de esto... No te asustaste y viniste conmigo. Creo que no era el único loco del local.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Cómo echar de menos una incoherencia

Cierro los ojos para no notar como la ausencia que dejaste la última noche en mi cama me abraza con lo que a mi fantasía se le antoja que sean tus brazos, aunque tú no estés y yo lo sepa.

Acaricio despacio el aire como si fuera tu cara, a oscuras, y dejo caer mi brazo lentamente en el lugar que ocuparía tu cuerpo. Casi puedo sentir su calor, tu calor. Un calor que se encuentra a kilómetros de aquí, tal vez sin darse cuenta del frío que tengo.

Respiro pausado y profundo. Recuerdo tu cara, tu aliento esperando un beso que ahora no llega y me conformo con enterrar la cara en la almohada que, fiel amiga, me promete entre susurros que habrá una próxima vez... Y la creo porque quiero creerla. Tal vez incluso lo necesito.

Echo de menos el roce de tu piel mientras dormíamos, tu carita de sueño, casi angelical, el calor de tus latidos y tu respiración tranquila en la calma de la oscuridad... Mi mente divaga entre todos mis recuerdos...

Nuestros besos eran demasiado grandes para una cama tan pequeña. El aire se quedaba escaso en nuestros pulmones, que ansiaban más y más y forzaban nuestra respiración, frenética llegados a cierto punto en el que lo que más deseaba era besarte. Fuera hacía frío y los cristales se empañaban. Mis dibujos se emborronaban con la humedad de las ventanas en las que los tengo pegados, pero me daba igual porque lo único que me importaba entonces era tenerte a mi lado, en un instante eterno que se acabaría sin previo aviso, de un momento a otro...

Y ahora que ese instante se ha acabado, no me queda más que un olor que se va contigo, envolviéndote como las frías brumas del gélido viento matinal...

Y al volver al presente me asusto, porque dos momentos no son el lazo que espero, y temo perderte por intentar tenerte demasiado pronto, sin saber si quiera si es realmente lo que quiero... Ni saber qué es lo que quieres tú...

De momento mi medicina contra este temor será conformarme con querer besarte... Y esperar que tú también quieras. Ya habrá tiempo de pensar en algo más... Si es que hay que pensarlo.

Quizá, por esta vez, simplemente me deje llevar. Guíame bien.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Incoherencia antes de Navidad

La nieve sucia arropa las calles, enfriándolas, mientras una lluvia falsa cae desde los tejados al fundirse el hielo bajo un cielo azul que va oscureciendo. Las luces de brillantes colores se reflejan en los charcos que horas antes, cuando aún tenían consistencia solida y acolchada, servían de diversión para los niños que sus madres habían envuelto con más y más capas de ropa (ropa que se resignaban a que terminara empapada) hasta las orejas, pero que, entre gritos y risas, y con la emoción del juego, terminaban quitándose en cuanto creían que ningún adulto les veía. La gente patina sobre la acera sin querer y sonríe, a pesar de los pies congelados y la nariz pelada del frío, a medio camino entre tienda y tienda; el tiempo se acaba, mañana es Nochebuena, las bolsas que cuelgan de las manos de los peatones y las prisas lo delata, además del calendario. No tanto los escaparates de los comercios, que llevan con la misma decoración desde octubre... Total, al final las compras siempre se dejan para el último momento, como el espíritu navideño (o antinavideño, dependiendo de cada uno).

El aire frío y húmedo llena mis pulmones mientras contemplo tal estampa y me doy cuenta, entre triste y resignado, de que la Navidad no tiene ningún sentido para mí; me falta esa chispa que enciende las mejillas de los niños, que inunda de ternura el corazón de la abuela al ver llegar a sus nietos a la hora de la cena o que ablanda el carácter más duro. Me falta ese entusiasmo por los villancicos, las luces y los regalos, que, a fin de cuentas, para eso estamos en una sociedad materialista. Me falta un hogar al que volver, una patria que me llame y unas raíces que me retengan. Me falta la ilusión de compartir mis ojos en una mirada al corazón y regalar sin esperar nada a cambio todo ese cariño, esa entrega y ese afecto que tengo miedo de desempolvar por si los pierdo. Me falta volver a ser el que era antes de quedarme atascado para siempre en aquel momento...

Lo que no sé es si ese momento es en el que te conocí y volviste del revés todo mi mundo o en el que te despediste de mí, sin mayor explicación que un adiós, hiriente y silencioso, escrito en un impersonal mensaje de texto.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Cada lágrima es una incoherencia

Cada lágrima es una conclusión precipitada que garantiza lágrimas futuras y éstas a su vez más conclusiones precipitadas...

Cada conclusión precipitada te hace suspicaz sin sentido, desconfiado de todo y de nada, nada es tal y como lo ves, siempre hay segundas intenciones hasta en las segundas intenciones... Y entonces te sientes solo, porque no puedes confiar en nadie... Porque no quieres que nadie confíe en ti...

Y cada vez que lo hacen te asustas y huyes, echas a correr tan rápido como tus piernas metafóricas te permiten, o haces daño para que se alejen de ti.

Cada vez que haces daño, con o sin sentido, te sientes culpable y sufres. Sufres de impotencia, por rechazar lo que necesitas, por destruirlo con impaciencia en vez de cuidarlo con esmero... Te resignas y sufres. Y lloras...

Y cada lágrima es una conclusión precipitada que garantiza lágrimas futuras y éstas a su vez más conclusiones precipitadas...

Así que no llores si no estás seguro de que va a merecer la pena entrar en este círculo sin fin desde el que te escribo, en el que no paro de dar vueltas y vueltas...

sábado, 28 de noviembre de 2009

Incoherencias en noviembre

Noviembre, mes de cambio. Del verano tardío al invierno temprano, sin pasar apenas por el otoño olvidado por estas tierras castellanas de clima extremo.

En noviembre, precisamente, las palabras que cargaba a mi espalda (junto a otras muchas cosas, casi todas piedras que debí tirar hace mucho para que la corriente del tiempo las erosionara pero que, taciturno, me sigo empeñando en arrastrar conmigo) se perdieron por el camino y dejaron dolorido mi costado, además de mi corazón, pero ya no hay vuelta atrás. Lo difícil que resultaba mantener las distancias así lo indicaba. Respirar tu aliento era una tentación demasiado grande y perder la mirada en cualquier dirección jugaba a ser un alivio pasajero que se convertía en una tortura anhelada al encontrarme con tus ojos, entonces casi verdes, a través del velo de agua y sal que tus lágrimas dejaron al caer. Y un abrazo era el premio de consolación que calmaba nuestra angustia y difuminaba el temor al mañana.

Los planes que habíamos hecho llovieron en mi cabeza como miles de estrellas fugaces en cuanto apagué la luz. Recogí todas las instantáneas del futuro que ya no tendremos y las coleccioné con nostalgia para recordarme lo que perdí por establecer una ley física inexistente sobre cantidades cualitativas correspondientes... Ley que, por supuesto, mis manos siguieron ignorando.

Las dudas me golpearon con fuerza, con puños cerrados y palmas abiertas y, armadas con tus lágrimas, desgarraron mi alma con cuchilladas de culpabilidad. Y entonces acudieron a mi memoria los recuerdos, licor primero dulce y luego amargo de nostalgia, a diluir ese momento exacto de oscuridad y temor emborrachándome de ti, de nosotros, para aturdir mis sentimientos confusos y dejar paso solo a la determinación que horas antes había tocado las doce en mi reloj, marcando el final del hechizo.

Temeré todo lo temible y añoraré todo lo añorable… Pero sobre todo, no dejaré de creer en la magia que tú me enseñaste.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Más incoherencias en verso (o cómo dejar de volar por un te quiero)

Creí que el viento me elevaba,
que me alejaba del olvido
y el pasado atrás se quedaba.
Mas sin querer caí dormido
y viendo que no despertaba
mi libertad se fue contigo.


Soñé que volabas conmigo,
que el cielo a mi oído silbaba,
que andabas mi mismo camino.
Mas sin querer liaste mis alas
con tus te quiero sin sentido

que tan sentidos me enviabas.

Ahora muero pegado al suelo
y echo de menos mirando al cielo
replegar las alas porque quiero
y no porque tenga que hacerlo.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Incoherencias en verso

Tú buscas un "y fueron felices" al final de la historia
pero yo no estoy preparado para mirar tan lejos...

Te recuerdo que estoy tan perdido en mi memoria
que ya casi apenas puedo dar pasos pequeños.

No hace falta que te preocupes por nada...
Solo hay finales tristes para mis cuentos de hadas.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Incoherencias guardadas en un cajón

Aún sigo perdido en el mapa que dibujaron las huellas que se marcaron cuando caminabas a mi lado por las aceras de nuestras calles mientras la ausencia del sol brillaba en un cielo aún sin estrellas.
Ese fue uno de los tantos momentos que no pude evitar capturar en una fotografía mental que luego revelé en mi cuarto, a oscuras, a la luz de palabras y metáforas, ahora guardados bajo llave al lado del olvido, en el fondo del último cajón de la izquierda porque no tuve el valor de deshacerme de ellos cuando debía: unos ojos color miel; tu olor, solo tuyo, que afiancé para siempre en mi memoria y que me gusta que mi imaginación reviva de vez en cuando; la carta que aún releo y no debería en la que decías que confiabas en mí, la cual nunca te pedí que me enviaras pero que aún así recibí; tus consejos de palabras siempre sensatas; tus paranoicas paranoias; tu letra azul en la pantalla del ordenador; tu música en mi mp3 y por extensión en mi cabeza; las tardes de piscina a las 6; las noches de teléfono interminable bajo las estrellas de verano; los silencios infinitos; las conversaciones filosóficas sin quererlo; los te quiero que nunca pronuncié y el que sí, junto a las lágrimas que se me escaparon con los ojos cerrados; las puertas a otros mundos, impresas en papel, que me invitaste a cruzar y crucé; las charlas de camino a tu casa al volver de fiesta; las miradas de complicidad; la confianza ciega que deposité en ti porque mi corazón me lo exigía...
Igual que no soy capaz de deshacerme de sentimientos encontrados, de dudas eternas que no deberían serlo, de temores ya cotidianos pero que no por ello dejan de oprimirme el pecho cuando me asaltan al apagar las luces y de lágrimas reprimidas que ocupan el hueco que ahora no puedo -y a veces pienso que no quiero- llenar con otra cosa.

martes, 27 de octubre de 2009

Incoherentes versos de canciones coherentes

Resuena la música del silencio porque es en sielencio cuando escucho tu música, con los ojos cerrados, porque es la única forma de verlo todo, hasta lo invisible del significado de las palabras que se dicen y de las que se entienden por omisión, vestidas de metáfora y adornadas en clave de sol...

Y es entonces cuando le robo una hora al mundo para compartirla con una soledad en la que siempre me acompañas, para invertirla en descubrir la armonía entre tus canciones y mis pensamientos, incoherentemente coherentes, con un orden subjetivo que solo yo entiendo, y no siempre, en medio de un caos absoluto de ires y venires, de blancos y negros, de síes y noes...

...de mosquitos tontos y cafés con sal, de sueños que van en bolsas de hielo al mar, de cielos acostados y besos en el tiempo, de mil rosas para mí, de esas lágrimas que van desde tu cara al mar, de uh-sha-la-las y versos de tu despedida...

...y de cuadros que aún están por colgar, pintados con colores de matices diferentes que marcan un punto de no retorno entre la esencia del ayer y la del hoy, la del mañana, pero que, como casi siempre y aunque algo se muera, será inmortal como un viejo proverbio sobre cómo olvidar.

Y las canciones, tuyas y ya mías por asimilación, seguirán sonando, allí, en un rincón de Nuestra Casa a la Izquierda del Tiempo...

martes, 20 de octubre de 2009

Incoherencias rutinarias

Huele a invierno aunque sea el otoño el acaba de llegar. Tarde, eso sí, pero con su lluvia de hojas amarillas y su viento que desvía el vuelo de las palomas al despegar.

El frío de la mañana revuelve mi pelo peinándome a su aire con un hálito gélido. Utilizo los cristales de los coches aparcados junto a la acera como espejo para comprobar que tenemos gustos diferentes.

El camino hasta clase se hace especialmente largo bajo la lluvia, sobre los charcos. Las luces de los semáforos, ya sean rojas o verdes, parecen tan grises como el cielo.

El único colorido de la calle es el de los paraguas, como si fueran flores de otoño. El mío está perdido, como mi sonrisa. Espero recuperarlo pronto, o tendré que comprar uno nuevo. ¿Venden sonrisas en las paragüerías?

La rutina diaria es más monótona de lo habitual, si eso es posible. A la hora de siempre, con la somnolencia de siempre, me despido de la misma gente de siempre y dejo que la lluvia y el frío me abracen de vuelta a casa, por el camino de siempre.

La tarde se hace interminable; cada "tic" parece que dura quince segundos seguidos de otros quince de "tac" y lo único que se me ocurre en estos momentos es tumbarme y dormir para despertar más desorientado que nunca, perdido en mi propia habitación, el único rincón enteramente mío, supuestamente conocido.

La noche amenaza tormenta, aunque no en la calle. Las predicciones indican que la lluvia mojará mi cara y los truenos resonarán en mi cabeza... Y yo sigo sin paraguas.

Necesito algo que rompa súbitamente la continuidad de mi espacio-tiempo; esa mirada en la distancia que no alcanzo a ver, ese latido que te llevaste contigo, ese beso que parece que nunca llega... Pero, como siempre, lo unico que pasa es el tiempo, de un instante a otro, de hoy a mañana, de otoño a invierno...

De rutina en rutina, pero sin ti.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Banda Sonora de una Incoherencia

Cara A

He viajado en tren, en metro y en bus... Y hasta en tranvía, todo para acercarme al fin de semana de mis sueños, aunque la sesión de cine nocturna se quedara tan solo en un sueño más.

He saboreado lo salado de un beso en el mar y he visto despegar aviones mientras soñaba con volar a lugares lejanos con alguien especial algún día: Roma, Milán, quizá Londres o París...

He comido a lametones, como si fuera un niño, un trocirto de cielo hecho helado que se escurría por el cucurucho de galleta mientras me sacaban una foto.

He aprendido a disfrutar de los masajes, a cocinar con naranjas, a convivir con cactus gigantes y a creer en las coincidencias.

Cara B

Te he olvidado más veces de las que recuerdo y no sé cómo lo haces pero, después de tanto tiempo, aún consigues apropiarte del sentido de algunas de las canciones que hago mías de tanto escucharlas.

He probado a odiarte con la misma intensidad que te he querido, pero odiar y querer no deben ser tan opuestos como parecen a simple vista, porque no se han contrarrestado.

Ahora te quiero sin querer quererte y te odio sin querer odiarte, pero no te olvido, que es lo único que realmente quiero.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Cincuenta y dos segundos de incoherencias (o despedida imaginaria)

Solo queda un minuto antes de decidir definitivamente si todo cambia o sigue como estaba. Cincuenta y dos segundos, más bien, después de gastar unos cuantos en darme cuenta.
Pierdo otros instantes semivaliosos por culpa de mi indecisión. ¿Quiero o no quiero? ¿Me voy sin decirte nada? Darte un beso... ¿Qué significaría? Cuarenta y siete segundos me separan del resto de mi vida.
Cerrar los ojos es solo una pérdida de tiempo más. No sé qué quiero que sepas porque no sé ni lo que quiero. Quedan treinta segundos y aún no he dicho nada.
Todos los pasajeros ya están en el bus, o tal vez es un tren, o un avión. Yo sigo de pie frente a ti, con mi billete en la mano, abriendo los ojos. "¡Pasajeros con destino incierto, última llamada! El viaje comenzará en veintidós segundos"
No quiero echarte de menos, así que tal vez... No, eso tampoco. Pero es que no soporto esto... Me duele despedirme así. Diez segundos.
Aún no te he dicho nada.
Tú tampoco hablas, tan solo esperas paciente.
Te miro, pero parece que no sé mirar.
Respiro hondo para tranquilizarme; te respiro y me pongo nervioso.
Me duele tenerte tan cerca y no hacer nada.
Quiero llorar, gritar, desgarrarme la piel... Pero estoy petrificado.
Te quiero a ti; quiero quererte y quiero no quererte.
Lo quiero todo, quedarme e irme, olvidarte y echarte de menos.
Y éste es el segundo definitivo...
Tengo que decidir.
Y es que... No se puede dejar todo para el último momento.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Sueño incoherente

La aguja del tocadiscos, obstinada, se había empeñado en recorrer una y otra vez el mismo surco del vinilo. Así, la misma melodía, apenas tres o cuatro acordes, se repetía de forma continua a lo largo del tiempo, sirviendo de banda sonora un tanto monótona a la eternidad de la tarde.

Las nubes se agrupaban en el cielo tejiendo un manto oscuro que arropaba al sol, proporcionando a la luz un tono gris que robaba color a todas las cosas, tan solo una pizca, pero lo suficiente para hacerlo todo menos luminoso, menos brillante, más triste. En mi cuarto, la luz eléctrica no conseguía hacer nada por rescatar de la oscuridad esos matices.

Dejé que el calor de la taza de te que calentaba mis manos me engañara, fingiendo que también caldeaba un poco mi alma, tan gris como el cielo que veía a través de los cristales sucios de mi ventana. Parecía que soplaba un poco de viento. La ropa de los tendederos se movía al mismo compás que, curiosamente, coincidía con el de los acordes que se repetían constantemente en el tocadiscos. Tanta coordinación casual me mareó, así que me alejé de la ventana, apagué el tocadiscos (aunque seguí escuchando la melodía infinitamente monótona en mi cabeza) y me senté en la cama, mirando la taza amarilla que contenía mi te con leche, ya casi templado, como reprochándole que no pudiera seguir calentándome en esa tarde más solitaria que fría.

Cerré los ojos, dejé caer la taza que al contacto con el suelo se hizo añicos y desparramó todo el líquido por el suelo de madera. "Da igual", pensé de forma que casi le puse letra a la música que solo yo oía, "ya lo recogeré más tarde." Me tumbé sin cuidado sobre el colchón, rebotando ligeramente unos instantes, y me quedé dormido, esperando que fuera para siempre...

El sol, las nubes, los aviones, los pájaros y hasta los mosquitos estaban colgados con hilos y chinchetas en el cielo.
-Todo el mundo sabe que es imposible volar -dijo un caracol desde el suelo.
-Todo el mundo menos ellos -puntualizó un segundo caracol, señalando todo aquello con las antenas.
De pronto me di cuenta de que no se trataba de dos caracoles, sino de uno solo que tenía otra cabeza en lugar de la cola que va dejando el rastro plateado. Como si esto fuera más aterrador que el hecho de que un caracol (o dos) me estuvieran hablando, retrocedí asustado y dí un traspiés, golpeándome la cabeza con una farola que se alzaba y se curvaba sobre el asfalto para abrazarse con la farola de la acera de enfrente, dando lugar a un arco metálico sobre la carretera.
-¿De qué estás tan sorprendido? -parpadeó una de las farolas.
-Si, ¿qué te sorprende? -me preguntó la otra.
Lo de los caracoles ya era raro de por sí, pero esto lo superaba con creces, me parecía a mí, así que desesperado intenté buscar una cara conocida a la que pedir ayuda (o una explicación de todo aquello que no fuera que me estaba volviendo completamente loco), pero lo único que conseguí al mirar a mi alrededor fue ver que todo estaba emparejado. Todo iba de dos en dos; los coches, los perros, los gatos, los columpios, los niños que jugaban en ellos, los pájaros, aviones, nubes y mosquitos colgados del cielo... Hasta el sol estaba junto a la luna, casi fusionados en uno solo, como los caracoles.
-¡Jejejejeje! Todo aquí está emparejado -me explicó una comadreja recostada a las dos sombras de dos árboles que se retorcían en un abrazo a mi parecer asfixiante. -Hasta esos doses, mira -me dijo señalando con su cola a la calle que quedaba debajo del arco que formaban las farolas, por donde paseaban dos números dos que caminaban juntos, como si uno fuera el reflejo en un espejo del otro de forma que formaban una letra omega mayúscula.

Definitivamente estaba loco. Una cosa era escuchar hablar a caracoles, farolas y comadrejas... Y otra muy distinta era ver pasear a dos doses emparejados formando una omega. ¿Que cuál era la diferencia? Pues que los números no son entidades físicas, y lo demás si... Ver a una pareja de doses paseando por la calle era la prueba irrefutable de que estaba alucinando.

-¡Jejejejeje! ¡Tranquilo, muchacho! No estás loco -la comadreja parecía saber en todo momento lo que estaba pensando, lo que me asustó un poco más todavía. -Ya te lo he dicho antes. Todo aquí está emparejado, menos yo. ¡Jejejejeje!
-¿Y eso por qué? -pregunté sin estar muy seguro de querer saber la respuesta.
-¿Por qué todo está emparejado o por qué yo no lo estoy? ¡Jejejejeje!
Su puntualización y, sobre todo, su risa me hicieron estallar en carcajadas y olvidarme de todo lo extraño de aquel lugar por un instante. ¡Qué bien sentaba reírse!
-Por qué todo está emparejado -aclaré cuando fui capaz de no ahogarme entre tanta risotada.
-¡Jejejejeje! No lo sé, pero es así. Debe ser una ley no escrita o algo así. Pero hay que cumplirla porque si no... ¡Puff! ¡Desapareces!
-Pero si tu no... ¿Por qué no has desaparecido?
-¡Jejejejeje! ¡Es que esta Comadreja es demasiado lista! ¡Jejejeje!
-Eso es mentira -dijo una chica pop que llevaba un perrito a sus pies, atado con una correa rosa chicle. La risa de la comadreja se congeló. -No es demasiado lista. Lo que pasa es que es una tramposa.
-¡¡Cállate!! -amenazó la comadreja, que había olvidado por un momento su risueña risa y había conferido a su voz un tono amenazador.
-Sabes que tengo razón -añadió la chica pop mirando a la comadreja, arropada por un agudo ladrido de su perrito, que parecía ser su pareja en ese mundo de parejas. -Tú también tienes pareja, lo que pasa es que como está en el País de los Pies... Nunca lo reconocerás...
Tan solo una mirada de odio fue la respuesta de la comadreja.
-Bueno, ¿y tú qué? -me preguntó la chica pop. -¿Dónde está tu pareja? Si no tienes... Tendré que matarte. No me gusta que en mi mundo haya algo desparejado...
Aterrado, sin saber qué decir, miré a la comadreja en busca de ayuda, pero la comadreja parecía tan aterrada como yo.
-Ya veo... Así que... ¿No tienes pareja?
Yo no sabía qué responder... No tenía pareja, pero no quería morir allí... De repente la expresión de la comadreja cambió, sonrió y volvió a señalar donde había señalado solo unos instantes antes. Seguí con la mirada esa dirección y entonces entendí lo que quería decirme.

-No todo está emparejado aquí -dije calmado. -Esos dos doses forman una omega que no está emparejada, y las farolas un arco solitario. Los caracoles están tan juntos que forman uno solo... -miré hacia el cielo. -Las nubes, al ser esponjosas, cuando se acercan tanto dejan de ser dos para ser solo una... ¿No lo entiendes? No puedes tener un mundo de parejas, porque no todo puede emparejarse.

Cuando desperté apenas habían pasado unos minutos y con resignación me di cuenta de que seguía tumbado en la cama, en una tarde infinita, escuchando una melodía que nunca acababa en una habitación de luz gris y fría soledad... Y un millar de fragmentos amarillos sobre una mancha de te con leche en el suelo de madera.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Incoherencias de un domingo

Tenía la luna delante, pero el sol me alcanzó rápidamente por detrás conquistando con su claridad el mismo cielo que tú surcabas para verme.
Dos horas y media de paciente espera luchando contra el sueño te conviertieron en mi héroe particular de los sugus de colores.
Me llevaste a pasear por las calles del centro sin darte cuenta de que el centro del mundo eran nuestras miradas.
Un regalo nos regaló un viaje en el espacio-tiempo y un respiro del calor que nos tostaba.
Nuestras manos jugaron a abrazarse en secreto, pero nuestras sonrisas las delataron.
Un claro de verde en mitad de un mundo gris nos invitó a descansar y aceptamos agradecidos.
Tropezanos con un personaje imaginario sentado a los pies de una estatua, esperando encontrarse con un demonio que prometió ayudarle.
Comimos a la sombra de los árboles, solos, a pesar de toda la gente que nos hacía compañía.
Lo mejor fue el postre, tú sabías a fruta y yo a sugus.
En las paredes, imágenes pasadas me hablaron de arte para que no te echara de menos en tu breve ausencia, pero no lo consiguieron.
Volvimos juntos al mundo exterior pensando ya en nuestra despedida.
El tiempo no quiso esperarnos, pero eso no impidió que me regalaras un pedacito de ilusión de gominola amarilla y mejillas rojas.
Aunque íbamos en direcciones contrarias, en realidad me fui contigo y tú conmigo.