martes, 20 de octubre de 2009

Incoherencias rutinarias

Huele a invierno aunque sea el otoño el acaba de llegar. Tarde, eso sí, pero con su lluvia de hojas amarillas y su viento que desvía el vuelo de las palomas al despegar.

El frío de la mañana revuelve mi pelo peinándome a su aire con un hálito gélido. Utilizo los cristales de los coches aparcados junto a la acera como espejo para comprobar que tenemos gustos diferentes.

El camino hasta clase se hace especialmente largo bajo la lluvia, sobre los charcos. Las luces de los semáforos, ya sean rojas o verdes, parecen tan grises como el cielo.

El único colorido de la calle es el de los paraguas, como si fueran flores de otoño. El mío está perdido, como mi sonrisa. Espero recuperarlo pronto, o tendré que comprar uno nuevo. ¿Venden sonrisas en las paragüerías?

La rutina diaria es más monótona de lo habitual, si eso es posible. A la hora de siempre, con la somnolencia de siempre, me despido de la misma gente de siempre y dejo que la lluvia y el frío me abracen de vuelta a casa, por el camino de siempre.

La tarde se hace interminable; cada "tic" parece que dura quince segundos seguidos de otros quince de "tac" y lo único que se me ocurre en estos momentos es tumbarme y dormir para despertar más desorientado que nunca, perdido en mi propia habitación, el único rincón enteramente mío, supuestamente conocido.

La noche amenaza tormenta, aunque no en la calle. Las predicciones indican que la lluvia mojará mi cara y los truenos resonarán en mi cabeza... Y yo sigo sin paraguas.

Necesito algo que rompa súbitamente la continuidad de mi espacio-tiempo; esa mirada en la distancia que no alcanzo a ver, ese latido que te llevaste contigo, ese beso que parece que nunca llega... Pero, como siempre, lo unico que pasa es el tiempo, de un instante a otro, de hoy a mañana, de otoño a invierno...

De rutina en rutina, pero sin ti.

No hay comentarios:

Publicar un comentario