lunes, 28 de septiembre de 2009

Cincuenta y dos segundos de incoherencias (o despedida imaginaria)

Solo queda un minuto antes de decidir definitivamente si todo cambia o sigue como estaba. Cincuenta y dos segundos, más bien, después de gastar unos cuantos en darme cuenta.
Pierdo otros instantes semivaliosos por culpa de mi indecisión. ¿Quiero o no quiero? ¿Me voy sin decirte nada? Darte un beso... ¿Qué significaría? Cuarenta y siete segundos me separan del resto de mi vida.
Cerrar los ojos es solo una pérdida de tiempo más. No sé qué quiero que sepas porque no sé ni lo que quiero. Quedan treinta segundos y aún no he dicho nada.
Todos los pasajeros ya están en el bus, o tal vez es un tren, o un avión. Yo sigo de pie frente a ti, con mi billete en la mano, abriendo los ojos. "¡Pasajeros con destino incierto, última llamada! El viaje comenzará en veintidós segundos"
No quiero echarte de menos, así que tal vez... No, eso tampoco. Pero es que no soporto esto... Me duele despedirme así. Diez segundos.
Aún no te he dicho nada.
Tú tampoco hablas, tan solo esperas paciente.
Te miro, pero parece que no sé mirar.
Respiro hondo para tranquilizarme; te respiro y me pongo nervioso.
Me duele tenerte tan cerca y no hacer nada.
Quiero llorar, gritar, desgarrarme la piel... Pero estoy petrificado.
Te quiero a ti; quiero quererte y quiero no quererte.
Lo quiero todo, quedarme e irme, olvidarte y echarte de menos.
Y éste es el segundo definitivo...
Tengo que decidir.
Y es que... No se puede dejar todo para el último momento.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Sueño incoherente

La aguja del tocadiscos, obstinada, se había empeñado en recorrer una y otra vez el mismo surco del vinilo. Así, la misma melodía, apenas tres o cuatro acordes, se repetía de forma continua a lo largo del tiempo, sirviendo de banda sonora un tanto monótona a la eternidad de la tarde.

Las nubes se agrupaban en el cielo tejiendo un manto oscuro que arropaba al sol, proporcionando a la luz un tono gris que robaba color a todas las cosas, tan solo una pizca, pero lo suficiente para hacerlo todo menos luminoso, menos brillante, más triste. En mi cuarto, la luz eléctrica no conseguía hacer nada por rescatar de la oscuridad esos matices.

Dejé que el calor de la taza de te que calentaba mis manos me engañara, fingiendo que también caldeaba un poco mi alma, tan gris como el cielo que veía a través de los cristales sucios de mi ventana. Parecía que soplaba un poco de viento. La ropa de los tendederos se movía al mismo compás que, curiosamente, coincidía con el de los acordes que se repetían constantemente en el tocadiscos. Tanta coordinación casual me mareó, así que me alejé de la ventana, apagué el tocadiscos (aunque seguí escuchando la melodía infinitamente monótona en mi cabeza) y me senté en la cama, mirando la taza amarilla que contenía mi te con leche, ya casi templado, como reprochándole que no pudiera seguir calentándome en esa tarde más solitaria que fría.

Cerré los ojos, dejé caer la taza que al contacto con el suelo se hizo añicos y desparramó todo el líquido por el suelo de madera. "Da igual", pensé de forma que casi le puse letra a la música que solo yo oía, "ya lo recogeré más tarde." Me tumbé sin cuidado sobre el colchón, rebotando ligeramente unos instantes, y me quedé dormido, esperando que fuera para siempre...

El sol, las nubes, los aviones, los pájaros y hasta los mosquitos estaban colgados con hilos y chinchetas en el cielo.
-Todo el mundo sabe que es imposible volar -dijo un caracol desde el suelo.
-Todo el mundo menos ellos -puntualizó un segundo caracol, señalando todo aquello con las antenas.
De pronto me di cuenta de que no se trataba de dos caracoles, sino de uno solo que tenía otra cabeza en lugar de la cola que va dejando el rastro plateado. Como si esto fuera más aterrador que el hecho de que un caracol (o dos) me estuvieran hablando, retrocedí asustado y dí un traspiés, golpeándome la cabeza con una farola que se alzaba y se curvaba sobre el asfalto para abrazarse con la farola de la acera de enfrente, dando lugar a un arco metálico sobre la carretera.
-¿De qué estás tan sorprendido? -parpadeó una de las farolas.
-Si, ¿qué te sorprende? -me preguntó la otra.
Lo de los caracoles ya era raro de por sí, pero esto lo superaba con creces, me parecía a mí, así que desesperado intenté buscar una cara conocida a la que pedir ayuda (o una explicación de todo aquello que no fuera que me estaba volviendo completamente loco), pero lo único que conseguí al mirar a mi alrededor fue ver que todo estaba emparejado. Todo iba de dos en dos; los coches, los perros, los gatos, los columpios, los niños que jugaban en ellos, los pájaros, aviones, nubes y mosquitos colgados del cielo... Hasta el sol estaba junto a la luna, casi fusionados en uno solo, como los caracoles.
-¡Jejejejeje! Todo aquí está emparejado -me explicó una comadreja recostada a las dos sombras de dos árboles que se retorcían en un abrazo a mi parecer asfixiante. -Hasta esos doses, mira -me dijo señalando con su cola a la calle que quedaba debajo del arco que formaban las farolas, por donde paseaban dos números dos que caminaban juntos, como si uno fuera el reflejo en un espejo del otro de forma que formaban una letra omega mayúscula.

Definitivamente estaba loco. Una cosa era escuchar hablar a caracoles, farolas y comadrejas... Y otra muy distinta era ver pasear a dos doses emparejados formando una omega. ¿Que cuál era la diferencia? Pues que los números no son entidades físicas, y lo demás si... Ver a una pareja de doses paseando por la calle era la prueba irrefutable de que estaba alucinando.

-¡Jejejejeje! ¡Tranquilo, muchacho! No estás loco -la comadreja parecía saber en todo momento lo que estaba pensando, lo que me asustó un poco más todavía. -Ya te lo he dicho antes. Todo aquí está emparejado, menos yo. ¡Jejejejeje!
-¿Y eso por qué? -pregunté sin estar muy seguro de querer saber la respuesta.
-¿Por qué todo está emparejado o por qué yo no lo estoy? ¡Jejejejeje!
Su puntualización y, sobre todo, su risa me hicieron estallar en carcajadas y olvidarme de todo lo extraño de aquel lugar por un instante. ¡Qué bien sentaba reírse!
-Por qué todo está emparejado -aclaré cuando fui capaz de no ahogarme entre tanta risotada.
-¡Jejejejeje! No lo sé, pero es así. Debe ser una ley no escrita o algo así. Pero hay que cumplirla porque si no... ¡Puff! ¡Desapareces!
-Pero si tu no... ¿Por qué no has desaparecido?
-¡Jejejejeje! ¡Es que esta Comadreja es demasiado lista! ¡Jejejeje!
-Eso es mentira -dijo una chica pop que llevaba un perrito a sus pies, atado con una correa rosa chicle. La risa de la comadreja se congeló. -No es demasiado lista. Lo que pasa es que es una tramposa.
-¡¡Cállate!! -amenazó la comadreja, que había olvidado por un momento su risueña risa y había conferido a su voz un tono amenazador.
-Sabes que tengo razón -añadió la chica pop mirando a la comadreja, arropada por un agudo ladrido de su perrito, que parecía ser su pareja en ese mundo de parejas. -Tú también tienes pareja, lo que pasa es que como está en el País de los Pies... Nunca lo reconocerás...
Tan solo una mirada de odio fue la respuesta de la comadreja.
-Bueno, ¿y tú qué? -me preguntó la chica pop. -¿Dónde está tu pareja? Si no tienes... Tendré que matarte. No me gusta que en mi mundo haya algo desparejado...
Aterrado, sin saber qué decir, miré a la comadreja en busca de ayuda, pero la comadreja parecía tan aterrada como yo.
-Ya veo... Así que... ¿No tienes pareja?
Yo no sabía qué responder... No tenía pareja, pero no quería morir allí... De repente la expresión de la comadreja cambió, sonrió y volvió a señalar donde había señalado solo unos instantes antes. Seguí con la mirada esa dirección y entonces entendí lo que quería decirme.

-No todo está emparejado aquí -dije calmado. -Esos dos doses forman una omega que no está emparejada, y las farolas un arco solitario. Los caracoles están tan juntos que forman uno solo... -miré hacia el cielo. -Las nubes, al ser esponjosas, cuando se acercan tanto dejan de ser dos para ser solo una... ¿No lo entiendes? No puedes tener un mundo de parejas, porque no todo puede emparejarse.

Cuando desperté apenas habían pasado unos minutos y con resignación me di cuenta de que seguía tumbado en la cama, en una tarde infinita, escuchando una melodía que nunca acababa en una habitación de luz gris y fría soledad... Y un millar de fragmentos amarillos sobre una mancha de te con leche en el suelo de madera.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Incoherencias de un domingo

Tenía la luna delante, pero el sol me alcanzó rápidamente por detrás conquistando con su claridad el mismo cielo que tú surcabas para verme.
Dos horas y media de paciente espera luchando contra el sueño te conviertieron en mi héroe particular de los sugus de colores.
Me llevaste a pasear por las calles del centro sin darte cuenta de que el centro del mundo eran nuestras miradas.
Un regalo nos regaló un viaje en el espacio-tiempo y un respiro del calor que nos tostaba.
Nuestras manos jugaron a abrazarse en secreto, pero nuestras sonrisas las delataron.
Un claro de verde en mitad de un mundo gris nos invitó a descansar y aceptamos agradecidos.
Tropezanos con un personaje imaginario sentado a los pies de una estatua, esperando encontrarse con un demonio que prometió ayudarle.
Comimos a la sombra de los árboles, solos, a pesar de toda la gente que nos hacía compañía.
Lo mejor fue el postre, tú sabías a fruta y yo a sugus.
En las paredes, imágenes pasadas me hablaron de arte para que no te echara de menos en tu breve ausencia, pero no lo consiguieron.
Volvimos juntos al mundo exterior pensando ya en nuestra despedida.
El tiempo no quiso esperarnos, pero eso no impidió que me regalaras un pedacito de ilusión de gominola amarilla y mejillas rojas.
Aunque íbamos en direcciones contrarias, en realidad me fui contigo y tú conmigo.