domingo, 1 de julio de 2012

Incoherencia de temperaturas

Durante todo el día el termómetro me había dado señales evidentes para que no me pillara por sorpresa, pero, como buen científico, me dejé engañar por los datos de experiencias previas en las que por las noches refresca. ¿Por qué iba a ser diferente esa vez?
No tenía por qué ser diferente, pero lo fue. Aquella noche las estrellas se comportaron como soles y el aire, en un efecto caprichoso de la entropía, decidió solidificarse por el calor haciendo imposible cualquier ilusión de brisa.
Buceando en esa masa sólida de aire caliente, cada movimiento, real o incluso imaginario, suponía un esfuerzo desmesurado que no hacía sino aumentar la temperatura de mi cuerpo, ya al límite.
Rozando mi temperatura de fusión (quién sabe si de sublimación), conseguí recostarme en la cama. Por un segundo creí que era una parrilla en la que algún dios rencoroso se vengaba de mí, cocinándome, vuelta y vuelta, para ser engullido por el mismo olvido que se lo tragó a él de mi parte. Terminé concluyendo que el calor me produce el mismo tipo de delirios, independientemente de si su origen es endotérmico o exotérmico.
Finalmente cerré los ojos y, a pesar del fuego de aquella noche empapándome la piel, sentí en el corazón el frío con el que desde dentro tu ausencia me abrazaba.
Y así fue como me heló el aire de una de las noches más calurosas que recuerdo y me quemó la gélida soledad de un país que me es cada vez más ajeno.