sábado, 3 de agosto de 2019

Herida incoherente

Te veo venir desde hace tiempo, dirás que al final el culpable fui yo. No me vengas entonces llorando todo lo que yo ya lloré, cuando tú disfrutabas dejándote llevar sin saber ver lo que yo tampoco sabía decir. Era más brillante el fuego de tus ganas que mis fragilidades de cristal. Los reflejos de tu resplandor en mis grietas te deslumbraron y tu ceguera quebró en miles de fragmentos mi voz, que se volvió cortante como las aristas de los pedazos de mi alma que, inútilmente, me empeñaba en recomponer.

No supimos cuidar lo que teníamos. Nos parecía imposible romperlo y lo llevamos al límite. Lo estiramos hasta cederlo, hasta hacerlo irrecuperable, hasta estar cada uno en un extremo de una cuerda casi infinita. Conectados, pero demasiado lejos para volver a sentirnos juntos.

Si no nos fijamos cuando actuamos, si no tenemos cuidado con lo que hacemos, luego nos toca aplicar medidas drásticas que lamentamos. Y ahora que toca esforzarse dices que te pierdes por el camino que te marco. Pero me perdiste tú antes, corriendo tan deprisa, siguiendo una senda que nadie conocía, distanciándote cada vez más de mí hasta que que ya no te veía ni en el horizonte de mis recuerdos... Y me sentí solo. Y ahora que te toca volver a por mí te das cuenta de lo que asusta el camino por el que te alejaste sin siquiera mirar atrás para ver si te seguía.

Hay heridas invisibles que no duelen hasta que el veneno ya es mortal. Poner parches puede aliviar la agonía; sin extraer la ponzoña, solo retrasan el final. Si sobrevivo, el tiempo y tu paciencia será lo único que me sirva para sanar. Aunque las únicas heridas que no dejan cicatriz son las que no se hacen. Y espero que no sea tarde, porque aunque ya no sangren, me duelen las llagas.