jueves, 28 de octubre de 2010

Egoísmo con incoherencias

Puedes llamarme egoísta si en este momento te digo que no me importa más espacio que el que ocupan nuestros cuerpos fusionados en un abrazo infinito, que no me importa si fuera hace calor o frío, ni si llueve, nieva o el aire seco corta los labios, si el cielo se ilumina por la mañana o si el sol, al acostarse, se arropa con las nubes convertidas en ascuas doradas que se apagan y tornan grises cuando se duerme.

Puedes llamarme egoísta si en este momento te digo que no me importa más aliento que el tuyo sobre el mío, que no me importa más que la firmeza de tu abrazo arropándome contra el frío, que no me importa si el mar se come a la tierra a bocados feroces, si cuchilladas invisibles la desgarran entre escalofríos violentos o si es sepultada bajo interminables ríos de lava y opacas nubes de ceniza.

Puedes llamarme egoísta si en este momento te digo que no tengo ojos más que para los tuyos, ni oídos más que para el ritmo de tus latidos, que no me importa si nadie ve nada más allá de sus asuntos ni oye más que sus pensamientos, gritados bien alto, para acallar las voces de sus conciencias castigadas sin voto desde hace ya mucho.

Puedes llamarme egoísta si en este momento te digo que ahora, aquí tumbados, después de expresar lo que sentimos en todos los idiomas posibles, no me importa nada, ni siquiera yo mismo. No me importa nada excepto tú.

Puedes llamarme egoísta en este momento. Lo sabes y lo sé. Pero también sabemos que no lo escucharé porque, precisamente en este momento, tu boca, como la mía, solo es capaz de dejar escapar un te quiero.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Pregunta incoherente antes de dormir (o al menos intentarlo)

¿Cómo puedo dejar de tiritar si no sé cómo calentar este espacio vacío que es demasiado grande para una cama tan pequeña pero que se me antoja infinita si tengo que compartirla con tu fría ausencia?

Esta noche necesito arroparme con uno de tus abrazos.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Historia de un abrazo incoherente

Me encanta cuando te digo tenemos que levantarnos ya...

...y, en vez de incorporarme, te abrazo más fuerte y me quedo dormido otros cinco minutos sobre ti.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Incoherencia onírica

Sobre un fondo azul intenso se deshilachan pedacitos de esponjoso algodón blanco. Más cerca, en primer plano, el verde de las hojas se difumina con el aire mientras las briznas más altas de la hierba me hacen cosquillas en los brazos y en el trozo de espalda que mi camiseta ha dejado desnuda, sin querer, al recostarme bajo la sombra de aquel árbol.
Es todo tan onírico que me invita a cerrar los ojos para sentir mejor las caricias del viento, pero tengo miedo de hacerlo y descubrir que todo es un sueño o, por el contrario, que todo es real... Porque en ambos casos, no estás tú.

No sé cuanto tiempo llevo ahí tumbado, pero el verde de las hojas ahora parece negro al contraste con la claridad del blanco perlado de las nubes, que siguen deshilachándose como algodón, y el azul intenso se va apagando según el sol va cayendo contra la línea del horizonte que está justo encima de mi cabeza, detrás del tronco del árbol.

No puede ser un sueño, porque si lo fuera, estoy seguro de que estarías conmigo. Pero tampoco puede ser real, porque son estos lugares, estos momentos, estas complicidades las que estoy guardando para compartir contigo cuando vuelvas, así que no puedo estar aquí disfrutándolas sin ti.

El viento sigue acariciándome cuando decido incorporarme, cambiar la proyección de la escena a una perspectiva más convencional y volver a casa. Mi mente aún no está preparada para divagar entre lo verdadero de los sueños y lo onírico de la realidad sin perderse por el efímero camino que los separa.

viernes, 18 de junio de 2010

Adiós incoherente a Saramago

Una vez más he podido comprobar lo que, aunque en principio todos conocemos bien, nadie es realmente capaz de evitar: no sabemos cuánto nos importa de verdad algo hasta que lo perdemos. Supongo que es por eso por lo que se dan los premios post mortem, o por lo que algún artista que no vende un cuadro en su vida es un referente después de muerto, o por lo que un cantante de capa caída vuelve a ser algo cercano a un dios del pop tras dejarnos.

Hoy ha muerto Saramago. Eso es lo que decían en las noticias mientras se me ponía la piel de gallina, sin entender muy bien por qué. No suelo ver las noticias, dicho sea de paso, lo cual contribuyó más a mi desconcierto.
Descubrí a Saramago hace cuatro o cinco años, no lo recuerdo exactamente. Un poco tarde, lo sé, pero diré en mi defensa que ya había oído hablar de él, aunque nunca me había enfrentado a ninguna de sus páginas. Ahora recuerdo un momento exacto, el de la primera vez que fui consciente de leer su nombre sobre la tapa de un libro titulado "El hombre duplicado" en el escaparate de una librería de una pequeña ciudad (o de un pueblo grande) que raya los veinte mil habitantes, aunque no fue hasta un tiempo más tarde cuando, por navidad, alguien que prefiero no recordar pero que inevitablemente recuerdo me regaló "Ensayo sobre la lucidez". Fue entonces cuando me sumergí en su literatura característica, complicada y a la vez directa y me enamoré de sus letras... Demasiado densas para leerlas de continuo, pero necesarias para abrir mi mente cuando tanta literatura fantástica a la que me reconozco casi adicto me la cierra. Saramago es para mí como abrir la ventana al aire puro, como ver la realidad, aunque sea dura, después de estar demasiado tiempo soñando o como reactivar mis sentidos tras un largo letargo.
Y aún me queda mucho Saramago por descubrir desde aquel "Ensayo sobre la lucidez", al que siguió el de la ceguera (los leí en orden inverso, qué le voy a hacer) y "Las intermitencias de la muerte", pero me entristece saber que algún día mi camino siguiendo sus obras se acabará.

No. No diré "me entristece que Saramago haya muerto"... Porque no es cierto del todo ni tengo derecho a decirlo, ya que no le conocí como persona, sólo como escritor. Lo que como lector si tengo derecho a decir y voy a hacerlo es que me alegro de que Saramago viviera y, sobre todo, de que escribiera como ha escrito.

jueves, 13 de mayo de 2010

Incoherencia sin norte

No quiero, pero lo hago.
A veces me engaño, me intento convencer de que si que quiero y por eso lo hago... Pero en cuanto lo hago soy consciente del engaño.
Otras veces centro todas mis energías en creer que éste en realidad no soy yo, pero tengo que serlo; si me hubieran cambiado me habría dado cuenta.
Y cuando consigo no hacerlo, siempre me quedo con las ganas.
Al final solo me queda concluir que estoy perdiendo mi norte, aunque no quiera reconocerlo.

¿Alguien tiene una brújula de repuesto?

domingo, 9 de mayo de 2010

Noche de pensamientos incoherentes

Un día más... O un día menos.
Sale el sol, aunque sólo sea una forma de hablar, y me cuesta más que nunca levantarme, aunque no despertar. Volver a cerrar los ojos es la oferta que más me convence, aunque no la que más me conviene. Ésta ha sido una noche de pensamientos raros y lo único que quiero es descansar un poco de verdad.
Una vez más, no sé si pensando o soñando, apareciste tú y todo lo que significaste para mí. Por suerte, mi corazón, ahora revestido con un brillo metálico, te mantuvo al margen de mis emociones presentes y te restringió tan solo al plano del recuerdo. Un gran alivio, sinceramente.
Después de ti, al contrario de lo que había pensado durante mucho tiempo, si había algo, y el híbrido entre pensamiento y sueño siguió su rastro, tras repasar una pequeña larga lista de paradas, para terminar en alguien que, sin parecerse a ti en algo más que en la letra (y puede que en la mirada), me recuerda, y éste es mi secreto, demasiado a ti.
Pero aunque me costara, y créeme que me ha costado más de lo que yo mismo pensaba que podría llegar a pagar, he aprendido de lo pasado y he evitado implicarme más de lo estrictamente necesario en una relación unilateral sin sentido manteniéndome así en una relación pobre, si, pero recíproca, así que en lo que a ti se refiere, aunque haya otros párrafos que me hagan recordarte, el tema ha llegado a un punto muerto llamado "punto final".
Después mi subconsciente, zanjado el que por desgracia ha sido (y temo que será) el gran tema central de mi vida, aunque de ahora en adelante sólo salga a la luz en referencias nimias a mi pasado, se volvió algo más egocéntrico y empezó a analizarme.
Ese mismo brillo metálico que te mantiene alejado de mi presente es el mismo que me ciega mantiéndome aislado de las demás emociones que aún me quedan por vivir, haciendo que solo me parezcan "arriesgables" las relaciones que sé que están condenadas a no funcionar porque eso significa que realmente no arriesgo nada, aunque, tonto de mí, sufra como si perdiera la oportunidad de mi vida.
Y es así, si no con temas que por suerte ahora están a 120 kilómetros de distancia, como se me pasan las noches tumbado en una cama pequeña que se me hace inmensa a falta de un abrazo tranquilizador que me devuelva un poco de la calma que me caracteriza.

sábado, 8 de mayo de 2010

Incoherente cadena de caracteres

¿Cuál es el eslabón más débil de la cadena si cada eslabón es una letra, vacía de significado por si sola, pero que enlazada a muchas otras encadenan mis pensamientos limitándolos a un mundo pobre, sin matices, un mundo de relaciones no unívocas que confunden más que aclaran en determinados momentos? ¿Qué eslabón es el que tengo que romper para poder expresar exactamente lo que quiero y cómo quiero?

Es tal vez porque estas preguntas no tienen respuesta por lo que prefiero seguir pensando en abstracto, en emociones, en significados... Para no verme atado a los límites de los significantes, aunque eso signifique tener que traducir mis pensamientos en palabras antes de decir las cosas.
Por eso no me gusta hablar, porque es simplificar algo más grande de lo que se puede decir con palabras, porque es perder algo por el camino.
Y supongo que por eso me gustan las matemáticas, porque llames como lo llames, las cosas son como son.

martes, 4 de mayo de 2010

Incoherencias que no debería decirte... ¿O sí?

Eres como ese plato del que te das un atracón y luego, a causa del empacho, no puedes volver a probar en tu vida; como esa canción que aborreciste de tanto escuchar y que cada vez que suena -esa o una parecida- te entran ganas emular a Van Gogh y cortarte una oreja; como el recuerdo del que no puedes escapar de esa pesadilla que empezó como un sueño y que se repite cada noche; como ese anuncio malo de la tele que no paran de poner a todas horas; como esa broma que nunca te hizo gracia y que no dejan de repetirte; como el timbre que suena un domingo por la mañana temprano; como el chicle pegado en la suela de tus zapatos nuevos; como ese picor que no se pasa por mucho que te rasques.
Eres como el humo del tabaco en una habitación mal ventilada; como una enfermedad contagiosa infectando mis recuerdos; como un método de tortura de la época medieval, lento pero constante, doloroso y letal; como las obras de al lado a las 7 de la mañana; como la lluvia que cae justo cuando estás en la calle sin paraguas que para cuando te pones a cubierto; como el sol, directo en los ojos, cegándote, cuando levantas la vista; como cuando se acaba el agua caliente en mitad de la ducha y te toca aclararte con agua, más que fría, helada.
Eres el egocentrismo personificado cargado de celos y disfrazado bajo una capa de caramelo, brillantina y generosidad. Pero a mí, a nosotros, los que te sufrimos a diario, ya no nos engañas.
¿No querías ser importante para mí? Pues alégrate, ya lo eres: eres una de las pocas personas -si no la única- que ha logrado acabar con mi paciencia y hacerme sentir así...
No te soporto. Te odio. Pero en el fondo, me das pena.
Y te odio más aún ahora, por afectarme tanto como para dedicarte este espacio y estas palabras... Por afectarme tanto como para plantearme cambiar de vida sólo por olvidarte, a ti, que no eres nadie pero me estás hundiendo en esta espiral de hastío, frustración, ira, desesperación y angustia.

domingo, 2 de mayo de 2010

Incoherencia simple

Fuera brilla el sol. Aquí dentro, nada está tan claro.

viernes, 16 de abril de 2010

Inventario incoherente

Y después de tantos momentos incoherentes sólo me queda para recordarte un corazón de mentira que me calentó las manos una noche fría, un gorro de lana blanco, una foto que guardaré en el fondo de algún cajón, tu letra garabateada en una receta de cocina, el sabor del dulce de leche, un llavero traído de la capital, tu olor cuando respiro con los ojos cerrados, unos cuantos monstruos de bolsillo que puedo llevar a pasear, la memoria del móvil llena de mensajes, una colección de recuerdos en una carpeta, el significado que muchas de mis canciones habían perdido y unas cuantas lágrimas, tuyas y mías, que se mezclaron en el último abrazo antes de que me dijeras adiós y yo me quedara allí plantado, quién sabe si para siempre o sólo hasta que alguien vaya a recogerme, mirando como te alejabas de mi vida y te perdías entre la gente.

lunes, 12 de abril de 2010

Equilibrio entre incoherencias

Tú te vas y yo me voy.

Te echo de menos, pero tú a mí... No lo sé.

Prefiero el no saber a la sospecha de la negativa.

En la oscuridad de tu ausencia otra luz me asusta porque me acompaña -como debías hacer tú- en una distancia cualitativamente idéntica a la que nos separa.

Si esta luz que me asusta consigue alumbrarme... ¿Por qué tú no, si juegas con ventaja?

Te odio porque te sigo echando de menos, aunque parece que no te importa...

...y si consigo dormir estas noches es gracias al precario equilibrio que a penas logro mantener sobre la fina línea de ansiedad reprimida que separa la ira de la depresión.

sábado, 27 de marzo de 2010

Incoherencia arriesgada (o El aplauso más largo de la historia)

Después del aplauso más largo de la historia (al menos de la mía; nunca antes nadie se había merecido un minuto de mis aplausos por cada minuto de su canción), después de no saber qué hacer con las manos, con mi mirada ni con mis labios...

...vuelvo a casa solo, de noche y haciendo equilibrismo sobre el bordillo de la acera.

Me gusta el riesgo.

lunes, 22 de marzo de 2010

Diálogo incoherente

-¿Hace calor o son imaginaciones mías?
-No.
-¿No hace calor o no son imaginaciones mías?
-No son imaginaciones tuyas, tonto...

-Por tu culpa ya me he quedado con antojo de un helado...

domingo, 14 de marzo de 2010

Nota incoherente por debajo de la puerta

Toc, toc.

...

Toc, toc, toc.

...

Bueno... Pues como no me abres, te pasaré una notita por debajo de la puerta:

Ya hemos terminado las tortitas (estaban muy ricas, pero como dices que engordan... ¡Tú te lo pierdes!)... Pero tu móvil apagado, entre otras cosas, me dice que estás un poco agobiado, así que no hace falta que vengas si no quieres o no puedes.
Quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que sea. Y es eso, un PUEDES, no un TIENES QUE... Porque no quiero ser un tengo que más en la larga lista de tus quehaceres diarios.

jueves, 11 de marzo de 2010

Perdido en una incoherencia

Yo te miraba y tú a mí; me distraje con tu sonrisa y me perdí en tus ojos de anoche...

Y no quiero encontrarme nunca más; vagaré por siempre en tus ojos, bailando con el reflejo de tu alma de colores claros.

De camino a casa (o a clase), el frío sigue siendo mi compañero de viaje. Y más ahora que mi alma perdida es tuya.

jueves, 4 de marzo de 2010

Un camino incoherente de vuelta a casa

Y cada vez que vuelvo solo a casa coincide que miro el reloj a las 21:33 y el viento hace que la sensación térmica sea menor que los 8 grados centígrados que marca el termómetro de la farmacia. Tal vez el frío venga de que me he dejado mi calor contigo, en ese último abrazo, en esa última mirada justo antes de que cierres la puerta y yo empiece a bajar las escaleras (por segunda vez los dos). O tal vez son mis temores los que me dan esos escalofríos.
Sube por la espalda el miedo a perderte, a que esto se convierta en una de esas historias que acaban antes de empezar, a que llegue un día en el que te mire y no vea nada más que el color indefinido de tus ojos, sin su calidez... Y cuando llega a la nuca, los pelos se me ponen de punta aunque tenga calado hasta el fondo el gorro blanco que un día que me regalaste.
Y es entonces cuando me doy cuenta de que echo en falta esas palabras que antes me asustaban y que ahora tanto me abrigarían por estas calles desiertas después de decirte adiós.

lunes, 1 de marzo de 2010

Tus ojos, mi incoherencia

No se si son verdes o azules, pero puede que sea por ese misterio que me encanten esos ojos que me atraviesan, que exploran mi alma sin querer y que son el centro de gravedad de todos mis pensamientos mientras los observo.

Esta noche soñaré que descifro por fin el misterio del color de tus ojos, aunque por la mañana no sea capaz de recordarlo y el misterio se mantenga.

jueves, 25 de febrero de 2010

Incoherencias bajo la lluvia

Y ni siquiera esta fría lluvia es capaz de borrar la sonrisa que anoche dibujaste en mi cara.

Por cierto, espero que no te estés mojando. Ningún desayuno merece la pena un resfriado.

viernes, 19 de febrero de 2010

Incoherencia anclada al tiempo

A veces le gustaría que su mundo se detuviera un instante...

...pero tiene su barco anclado al tiempo,

que no sabe hacer otra cosa más que avanzar.

lunes, 8 de febrero de 2010

El 'lo siento' más sentido es el más incoherente

Dos años y medio odiándote, culpándote por lo que me hiciste... Y al final resulta que soy yo el que tiene que pedirte perdón.
Ahora que creo que por fin entiendo lo que pasó y, sobre todo, por qué pasó, comprendo que lo que me hiciste no fue tan horrible... Prácticamente no te dejé alternativa. Era lo que tenías que hacer.
Lo que no sé es cómo tardaste tanto.
Busqué tenazmente tu adiós sin quererlo y además te odié por ello... Así que no puedo por menos que sentirme culpable, ni puedo más que dedicarte este lo siento que sé que nunca leerás y que no servirá para arreglar nada, porque no hay nada que arreglar donde ya no queda ni el recuerdo.

lunes, 18 de enero de 2010

Incoherencia número 17 (relativa a c)

En ciudades como ésta, y no diremos nombre alguno, pasa con frecuencia, casi con tanta como el dar los buenos días por la mañana o, para aquellos más entendidos el la materia a tratar, con la misma que tiene que tener un fotón como mínimo para arrancar un electrón de la superficie de algún cierto metal, que después de pasar dos días seguidos, ocho o nueve horas el primero y casi doce el segundo, estudiando magia, o como a los físicos nos gusta llamarla, cuántica, suele pasar, como digo, que en el momento menos adecuado, es decir, el del examen, algún individuo como éste del que vamos a hablar se da cuenta de que le falta justo el abra-kadabra preciso o algún pase de varita o el conejo de la chistera, que ni en la chistera ni en ningún sitio apareció ya que, reloj en mano y llegando tarde, volvió al País de las Maravillas para tomar el te. Pero todo es relativo, según parece ser, a la velocidad de la luz, a la que llamaremos c de ahora en adelante, pues es mucho más cómodo pulsar una tecla que diecinueve, veintidós si contamos el determinante artículo y el espacio previos, por no decir económico en estos tiempos de crisis, menos la misma c, que lejos de ser relativa a c, es independiente de si misma, así que ésto que tratamos, como no es c, no puede escaparse de tan coherente teoría llena de incoherencias pero que funciona y que los físicos sólo mantenemos mientras encontramos otra mejor que la sustituya y así, como si fuera unos zapatos viejos, además de incómodos, pudiéramos desechar. Muchos de los pocos lectores se preguntarán llegados a este punto que qué es relativo de ésto que cuento a c y la respuesta es muy simple para quien la pronuncia pero no para quien la escucha o, en este caso, fácil para el que la escribe y difícil para el que la lee; todo, desde el nombre de la materia a tratar, ya sea magia o cuántica, hasta la velocidad a la que el conejo se marchaba corriendo, por no decir el tiempo que pasa entre el tic y el tac de su reloj, porque hasta el tiempo es relativo a c y depende del sistema de referencia. Destaquemos pues el hecho relativo que relativamente nos incumbe, que es el resultado aún no publicado pero aun así fatídico del citado examen, pues desde mi perspectiva privilegiada de narrador, escritor de este relato, más bien, puedo saber lo que en un futuro acontece. Si lo miramos desde un sistema de referencia "estático", así, entre comillas, pues este sistema de referencia al que nos referimos con estático se estaría moviendo respecto a otro, a un tiempo coincidente con el que la grapadora unía los folios, por suerte reciclados, ya que si no habría sido mejor dejarlos en blanco para que algún otro individuo con más inspiración, aunque fuese poética o estética y no numérica como la que se requería en ese acontecimiento, pudiera aprovecharlo o rellenarlo para algo que sirviera, por ejemplo, como borrador para una futura obra maestra de la pintura o para declararle su amor a la persona que se lleva sentada al lado todo el curso o, si así lo quiere el artista, para plegarlo y replegarlo para esculpir una pieza de origami, en occidente conocido como papiroflexia salvo matices culturales que pasaremos por alto en esta ocasión, hacía clic anunciando como si fueran las doce campanadas de fin de año que dan término al mismo, el final, al menos para este individuo del que hablamos, que ya no hace falta aclarar que es estudiante, de una mañana interminable, el resultado del examen, hecho relativo que relativamente nos incumbe, es claramente debastador, enfurecedor, desolador, desmoralizador y demás calificativos -ador imaginables que continúen en la misma línea, además de deprimente y desesperante, que la continúan pero, obviamente, no son -ador, sino -nte. Sin embargo este mismo hecho, porque aunque todo sea relativo a c está claro que el hecho en sí es el mismo, solo que dese puntos de vista diferentes, puede ser enriquecedor, inspirador, motivador, alentador y demás calificativos -ador imaginables que continúen la misma línea, como antes, que esto no cambia en este nuevo sistema de referencia, salvo productivo y gratificante, que, también como antes, continúan la línea sin ser, obviamente, -ador, si ahora nos encontramos el sistema de referencia, también "estático" y también entre comillas, en los, a ojo, nueve metros cuadrados en los que el individuo del que hablamos encierra algo tan grande como su propio mundo pero que para los demás es solo su cuarto, aunque en realidad es algo menos de un cuarto del total de superficie del piso en el que desafortunadamente le encanta vivir aunque ahora eche en falta locuras de las divertidas y le sobren de las lacrimógenas, y en los que sentado en el escritorio, ante el ordenador, pues prefiere no gastar más folios inútilmente, aunque sean reciclados, además de la comodidad del teclado y de la no poco útil capacidad de volver atrás y corregir el texto sin llenarlo de tachones y anotaciones que, serpenteantes, treparían por los márgenes y se perderían haciéndose ilegibles a ojos ajenos, decide ponerse a escribir tratando de homenajear, aunque esté a años luz de conseguirlo, a uno de sus autores favoritos, pues ha conseguido relativizar un poco sus dolencias y dar lugar, no sin esfuerzo, a este denso relato que viene con instrucciones, Para entenderlo cómodamente, es necesario cambiar el sistema de referencia.

domingo, 10 de enero de 2010

Incoherencia con final feliz

No...


Así no me gusta...


Ya es hora de escribir un final feliz.

sábado, 9 de enero de 2010

Incoherencias a izquierda y derecha

Miro a la izquierda. Un niño se ríe. No sé de dónde ha salido ni qué le hace tanta gracia, pero parece que irradia felicidad. Por un instante me dejo invadir por ese entusiasmo, pero pronto unos sollozas me sacan de aquel estado que hace unos momentos no habría podido ni recordar. A mi derecha, un anciano llora. Tampoco sé de donde ha salido este hombre ni el por qué de su desdicha, pero aun sin quererlo me inspira una tremenda lástima.
Señor -el niño reclama mi atención tirándome tímidamente del brazo. En sus ojos se refleja un destello de luz, de inocencia, que los míos perdieron hace ya mucho-, ¿por qué no se está riendo?
-Bueno... -me descoloca que me trate de usted. ¿Cuándo me he hecho tan mayor? Trato de ganar unos segundos para pensar y automáticamente acude a mis labios una de mis sonrisas pintadas de silencio-. Supongo que porque ahora nada me está haciendo gracia.
-¿Es que hay que esperar a que algo te haga gracia para reír? -pregunta el niño completamente asombrado, casi disgustado o incluso decepcionado, como si le hubiera revelado el gran secreto sobre los reyes magos-. ¿Es que no es suficiente, por ejemplo, con que el cielo sea azul? ¡¡Azul!! -repitió abriendo mucho los ojos, lleno de impaciencia, como si eso lo explicara todo-. Es azul y además, ¡es enorme! ¡Nunca se acaba! Puedes disfrutarlo siempre, siempre... Y si es verano, ¡puedes comerte un helado! ¿No es suficiente motivo para reír? Vale que a veces el cielo está gris, o incluso llueve, o hace demasiado frío para comer helado... -añade antes de dejarme responder-. Pero sabiendo que otro día podrás mirar al cielo azul comiéndote un rico helado... ¿No eres feliz? ¿No puedes reírte?
La lógica del niño es aplastante, puede que no tanto su ejemplo. Y aunque lo que me ha dicho tiene sentido, mi razón no para de repetirme que se equivoca. Mi sonrisa de color silencio se acentúa y el niño, al verla, al ver a través de ella el trasfondo de mis pensamientos, rompe a llorar desconsoladamente, como si mi falta de comprensión le hubiera dolido más que un bofetón. Entonces el anciano se ríe a mi derecha. Es una risa amarga, pero sin duda, se está riendo.
-Estos niños... Tan ingenuos...-su voz suena cargada de nostalgia. Mueve la cabeza hacia los lados, como deshaciéndose de un fantasma pasado, y de su rostro huye la escasa luz que las débiles carcajadas le habían regalado por un instante, dejando en sus labios arrugados nada más que una sonrisa silenciosa, como las mías, pero ésta más fría. Al menos ha dejado de sollozar.
-Es ingenuo, pero lo que dice tiene cierto sentido -me atrevo a señalar. El niño, al oírme, relaja la intensidad de su llanto a mi izquierda.
-Tú también eres ingenuo -me examina el anciano con su vista cansada y, sobre todo, apagada-. Por eso he dicho "estos niños".
-¿Por qué? -respondo antes de pensarlo siquiera, entre sorprendido e indignado.
-Porque aún no te has dado cuenta del sitio en el que estás -mi sonrisa se borra y el niño redobla su llantina, como si no quisiera escuchar. Ante mi falta de respuesta, prosigue-. No lloras, no te lamentas. Eso sólo puede significar que no te has dado cuenta aún de que el mundo está podrido. Estás solo. Siempre lo estarás. No vale la pena luchar porque si destacas te devoran aquellos a los que antes considerabas amigos, y si no destacas no eres nadie... Y los demás nadie se unen a ti en un autocompadecimiento global llamándote amigo sólo para no sentirse tan fracasados y tan inmensamente solos, así que tampoco vale la pena no luchar. La gente se muere de hambre en unos países y en otros en los que la obesidad es algo cotidiano, se matan unos a otros por aburrimiento, o se suicidan por depresión. La esclavitud está abolida pero todos somos esclavos de los horarios que otros nos imponen. Si eres fiel a ti mismo te tachan de bicho raro como mínimo. Si te dejas llevar estás perdido, no tienes identidad. Luchar contra la corriente sólo supone que te aplaste una estampida de ovejas ciegas...
Yo también me pongo a llorar. No quiero escucharle. Prefiero quedarme con la teoría del cielo azul del niño que fui, aunque mis años de experiencia se crean más las palabras frías del anciano en el que algún día me convertiré.