Sube por la espalda el miedo a perderte, a que esto se convierta en una de esas historias que acaban antes de empezar, a que llegue un día en el que te mire y no vea nada más que el color indefinido de tus ojos, sin su calidez... Y cuando llega a la nuca, los pelos se me ponen de punta aunque tenga calado hasta el fondo el gorro blanco que un día que me regalaste.
Y es entonces cuando me doy cuenta de que echo en falta esas palabras que antes me asustaban y que ahora tanto me abrigarían por estas calles desiertas después de decirte adiós.
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