jueves, 4 de marzo de 2010

Un camino incoherente de vuelta a casa

Y cada vez que vuelvo solo a casa coincide que miro el reloj a las 21:33 y el viento hace que la sensación térmica sea menor que los 8 grados centígrados que marca el termómetro de la farmacia. Tal vez el frío venga de que me he dejado mi calor contigo, en ese último abrazo, en esa última mirada justo antes de que cierres la puerta y yo empiece a bajar las escaleras (por segunda vez los dos). O tal vez son mis temores los que me dan esos escalofríos.
Sube por la espalda el miedo a perderte, a que esto se convierta en una de esas historias que acaban antes de empezar, a que llegue un día en el que te mire y no vea nada más que el color indefinido de tus ojos, sin su calidez... Y cuando llega a la nuca, los pelos se me ponen de punta aunque tenga calado hasta el fondo el gorro blanco que un día que me regalaste.
Y es entonces cuando me doy cuenta de que echo en falta esas palabras que antes me asustaban y que ahora tanto me abrigarían por estas calles desiertas después de decirte adiós.

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