miércoles, 30 de diciembre de 2009

Cuando una incoherencia se vuelve locura

No me conocías lo suficiente, ni yo a ti. Podría haber cambiado de tema o contarte cualquier mentira. Podría haber ganado unos segundos para estructurar en mi cabeza una historia mínimamente coherente y salir del paso o simplemente quedarme callado. Pero no me apetecía inventarme una excusa.

Estoy loco, te dije. Sí, y qué. ¿Hay algún problema con ello? Soy un loco en medio de un mundo de locos. No es tan grave, ¿verdad? ¿O es que por estar loco no puedo ser una persona como todas las demás? ¿No estamos a caso todos un poco locos? ¿Y es que un loco no puede sentir? Puede que no sienta exactamente como se supone que debería sentir, eso es cierto (¿quién lo hace?)... Pero siente, ¿no? ¿No come? ¿No duerme? ¿No se le puede dar un abrazo cuando lo necesita? ¿No puede jugar a querer y ser querido? ¿No escucha música cuando le apetece? ¿No disfruta con una buena película o con un libro de verdad?

¿Que por qué estoy loco, dices? Pues en parte por ser un soñador en un mundo donde soñar sólo está permitido bajo la supervisión de una almohada, en parte por ser un realista-pesimista que no ve más que el lado malo de todo lo que le rodea, pero no de lo que rodea a los demás. Para los demás siempre tengo preparado un bonito y satisfactorio lado bueno de las cosas. Estoy loco porque quise demasiado y aún estoy herido. No pido que la herida se cure; estoy suficientemente loco como para querer recordarla para siempre pero suficientemente cuerdo como para querer que deje de dolerme de una vez.

Aun así, después de esto... No te asustaste y viniste conmigo. Creo que no era el único loco del local.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Cómo echar de menos una incoherencia

Cierro los ojos para no notar como la ausencia que dejaste la última noche en mi cama me abraza con lo que a mi fantasía se le antoja que sean tus brazos, aunque tú no estés y yo lo sepa.

Acaricio despacio el aire como si fuera tu cara, a oscuras, y dejo caer mi brazo lentamente en el lugar que ocuparía tu cuerpo. Casi puedo sentir su calor, tu calor. Un calor que se encuentra a kilómetros de aquí, tal vez sin darse cuenta del frío que tengo.

Respiro pausado y profundo. Recuerdo tu cara, tu aliento esperando un beso que ahora no llega y me conformo con enterrar la cara en la almohada que, fiel amiga, me promete entre susurros que habrá una próxima vez... Y la creo porque quiero creerla. Tal vez incluso lo necesito.

Echo de menos el roce de tu piel mientras dormíamos, tu carita de sueño, casi angelical, el calor de tus latidos y tu respiración tranquila en la calma de la oscuridad... Mi mente divaga entre todos mis recuerdos...

Nuestros besos eran demasiado grandes para una cama tan pequeña. El aire se quedaba escaso en nuestros pulmones, que ansiaban más y más y forzaban nuestra respiración, frenética llegados a cierto punto en el que lo que más deseaba era besarte. Fuera hacía frío y los cristales se empañaban. Mis dibujos se emborronaban con la humedad de las ventanas en las que los tengo pegados, pero me daba igual porque lo único que me importaba entonces era tenerte a mi lado, en un instante eterno que se acabaría sin previo aviso, de un momento a otro...

Y ahora que ese instante se ha acabado, no me queda más que un olor que se va contigo, envolviéndote como las frías brumas del gélido viento matinal...

Y al volver al presente me asusto, porque dos momentos no son el lazo que espero, y temo perderte por intentar tenerte demasiado pronto, sin saber si quiera si es realmente lo que quiero... Ni saber qué es lo que quieres tú...

De momento mi medicina contra este temor será conformarme con querer besarte... Y esperar que tú también quieras. Ya habrá tiempo de pensar en algo más... Si es que hay que pensarlo.

Quizá, por esta vez, simplemente me deje llevar. Guíame bien.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Incoherencia antes de Navidad

La nieve sucia arropa las calles, enfriándolas, mientras una lluvia falsa cae desde los tejados al fundirse el hielo bajo un cielo azul que va oscureciendo. Las luces de brillantes colores se reflejan en los charcos que horas antes, cuando aún tenían consistencia solida y acolchada, servían de diversión para los niños que sus madres habían envuelto con más y más capas de ropa (ropa que se resignaban a que terminara empapada) hasta las orejas, pero que, entre gritos y risas, y con la emoción del juego, terminaban quitándose en cuanto creían que ningún adulto les veía. La gente patina sobre la acera sin querer y sonríe, a pesar de los pies congelados y la nariz pelada del frío, a medio camino entre tienda y tienda; el tiempo se acaba, mañana es Nochebuena, las bolsas que cuelgan de las manos de los peatones y las prisas lo delata, además del calendario. No tanto los escaparates de los comercios, que llevan con la misma decoración desde octubre... Total, al final las compras siempre se dejan para el último momento, como el espíritu navideño (o antinavideño, dependiendo de cada uno).

El aire frío y húmedo llena mis pulmones mientras contemplo tal estampa y me doy cuenta, entre triste y resignado, de que la Navidad no tiene ningún sentido para mí; me falta esa chispa que enciende las mejillas de los niños, que inunda de ternura el corazón de la abuela al ver llegar a sus nietos a la hora de la cena o que ablanda el carácter más duro. Me falta ese entusiasmo por los villancicos, las luces y los regalos, que, a fin de cuentas, para eso estamos en una sociedad materialista. Me falta un hogar al que volver, una patria que me llame y unas raíces que me retengan. Me falta la ilusión de compartir mis ojos en una mirada al corazón y regalar sin esperar nada a cambio todo ese cariño, esa entrega y ese afecto que tengo miedo de desempolvar por si los pierdo. Me falta volver a ser el que era antes de quedarme atascado para siempre en aquel momento...

Lo que no sé es si ese momento es en el que te conocí y volviste del revés todo mi mundo o en el que te despediste de mí, sin mayor explicación que un adiós, hiriente y silencioso, escrito en un impersonal mensaje de texto.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Cada lágrima es una incoherencia

Cada lágrima es una conclusión precipitada que garantiza lágrimas futuras y éstas a su vez más conclusiones precipitadas...

Cada conclusión precipitada te hace suspicaz sin sentido, desconfiado de todo y de nada, nada es tal y como lo ves, siempre hay segundas intenciones hasta en las segundas intenciones... Y entonces te sientes solo, porque no puedes confiar en nadie... Porque no quieres que nadie confíe en ti...

Y cada vez que lo hacen te asustas y huyes, echas a correr tan rápido como tus piernas metafóricas te permiten, o haces daño para que se alejen de ti.

Cada vez que haces daño, con o sin sentido, te sientes culpable y sufres. Sufres de impotencia, por rechazar lo que necesitas, por destruirlo con impaciencia en vez de cuidarlo con esmero... Te resignas y sufres. Y lloras...

Y cada lágrima es una conclusión precipitada que garantiza lágrimas futuras y éstas a su vez más conclusiones precipitadas...

Así que no llores si no estás seguro de que va a merecer la pena entrar en este círculo sin fin desde el que te escribo, en el que no paro de dar vueltas y vueltas...