Cada conclusión precipitada te hace suspicaz sin sentido, desconfiado de todo y de nada, nada es tal y como lo ves, siempre hay segundas intenciones hasta en las segundas intenciones... Y entonces te sientes solo, porque no puedes confiar en nadie... Porque no quieres que nadie confíe en ti...
Y cada vez que lo hacen te asustas y huyes, echas a correr tan rápido como tus piernas metafóricas te permiten, o haces daño para que se alejen de ti.
Cada vez que haces daño, con o sin sentido, te sientes culpable y sufres. Sufres de impotencia, por rechazar lo que necesitas, por destruirlo con impaciencia en vez de cuidarlo con esmero... Te resignas y sufres. Y lloras...
Y cada lágrima es una conclusión precipitada que garantiza lágrimas futuras y éstas a su vez más conclusiones precipitadas...
Así que no llores si no estás seguro de que va a merecer la pena entrar en este círculo sin fin desde el que te escribo, en el que no paro de dar vueltas y vueltas...
Y a veces las conclusiones precipitadas son inevitables, aunque intentas evitarlas. Porque piensas que Ockham no debe llevar siempre la razón, que a veces Murphy puede equivocarse.
ResponderEliminarIntentas convencerte a tí misma una y otra vez, y te lo repites. Que no será como siempre, que esta vez será distinto, porque lo has visto en sus ojos. Que quería lo mismo que tú y eso será lo que tendréis.
Pero la conclusión se precipita mientras esperas su respuesta.
Y la conclusión precipitada te lleva a una respuesta precipitada en una reflexión acerca de conclusiones precipitadas.
Firmado: Una lucense un tanto precipitada