miércoles, 4 de noviembre de 2009

Incoherencias guardadas en un cajón

Aún sigo perdido en el mapa que dibujaron las huellas que se marcaron cuando caminabas a mi lado por las aceras de nuestras calles mientras la ausencia del sol brillaba en un cielo aún sin estrellas.
Ese fue uno de los tantos momentos que no pude evitar capturar en una fotografía mental que luego revelé en mi cuarto, a oscuras, a la luz de palabras y metáforas, ahora guardados bajo llave al lado del olvido, en el fondo del último cajón de la izquierda porque no tuve el valor de deshacerme de ellos cuando debía: unos ojos color miel; tu olor, solo tuyo, que afiancé para siempre en mi memoria y que me gusta que mi imaginación reviva de vez en cuando; la carta que aún releo y no debería en la que decías que confiabas en mí, la cual nunca te pedí que me enviaras pero que aún así recibí; tus consejos de palabras siempre sensatas; tus paranoicas paranoias; tu letra azul en la pantalla del ordenador; tu música en mi mp3 y por extensión en mi cabeza; las tardes de piscina a las 6; las noches de teléfono interminable bajo las estrellas de verano; los silencios infinitos; las conversaciones filosóficas sin quererlo; los te quiero que nunca pronuncié y el que sí, junto a las lágrimas que se me escaparon con los ojos cerrados; las puertas a otros mundos, impresas en papel, que me invitaste a cruzar y crucé; las charlas de camino a tu casa al volver de fiesta; las miradas de complicidad; la confianza ciega que deposité en ti porque mi corazón me lo exigía...
Igual que no soy capaz de deshacerme de sentimientos encontrados, de dudas eternas que no deberían serlo, de temores ya cotidianos pero que no por ello dejan de oprimirme el pecho cuando me asaltan al apagar las luces y de lágrimas reprimidas que ocupan el hueco que ahora no puedo -y a veces pienso que no quiero- llenar con otra cosa.

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