Y yo soy escritor, así que atenderé a esta necesidad como buenamente pueda:
Echo de menos reflexionar sobre todo y sobre nada, sacar conclusiones rotundamente ilógicas con un sentido tan obvio que tiene que ser, a la fuerza, totalmente incoherente, pero se te presenta como la mayor epifanía de tu vida y, de alguna forma, te define de ahí en adelante.
Echo de menos los malabarismos mentales de significados para marcar la frontera que siempre existe entre los sinónimos, incluso entre los tan aparentemente idénticos que pretenden ser equivalentes o intercambiables, pero que ellos saben que no lo son y a mí me encanta seguirles la pista hasta desenmascararlos.
Echo de menos conversaciones filosóficas, aunque sean de filosofía barata, de ésas que se extienden hasta la madrugada y sorprenden a uno mismo con una elocuencia que desconocías que tenías sobre temas que ni siquiera recordabas haberte planteado pero de los que tienes una poderosa opinión, mejor argumentada incluso que otras sobre temas en los que piensas más a menudo.
Echo de menos, a fin de cuentas, una parte de mí que no sé dónde habré olvidado.
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