lunes, 25 de marzo de 2013

Tres incoherencias verdaderas

Lo que se puede transmitir con una sonrisa de complicidad no se puede expresar con ninguna palabra. 

Siendo esto una verdad tan absoluta, no sé por qué a veces nos perdemos en conversaciones sin sentido.

Y qué más da lo que digan los demás, si mis momentos más preciados son sólo para nosotros.

lunes, 18 de marzo de 2013

Escritor de incoherencias

Por la mañana, cuando el teléfono suene bien temprano, maldeciré mi necesidad de escribir... Pero ser escritor es eso. Va más allá de si se escribe bien o mal o de si eres capaz de ganarte la vida con lo que escribes. Ser escritor es tener necesidad de escribir aunque sea, como en mi caso ahora mismo, sin saber exactamente el qué. Ser un buen escritor ya es otro tema; es, supongo, a lo que todos los escritores aspiramos, en mayor o menor medida, con más o menos empeño (y acierto).
Y yo soy escritor, así que atenderé a esta necesidad como buenamente pueda:

Echo de menos reflexionar sobre todo y sobre nada, sacar conclusiones rotundamente ilógicas con un sentido tan obvio que tiene que ser, a la fuerza, totalmente incoherente, pero se te presenta como la mayor epifanía de tu vida y, de alguna forma, te define de ahí en adelante. 
Echo de menos los malabarismos mentales de significados para marcar la frontera que siempre existe entre los sinónimos, incluso entre los tan aparentemente idénticos que pretenden ser equivalentes o intercambiables, pero que ellos saben que no lo son y a mí me encanta seguirles la pista hasta desenmascararlos.
Echo de menos conversaciones filosóficas, aunque sean de filosofía barata, de ésas que se extienden hasta la madrugada y sorprenden a uno mismo con una elocuencia que desconocías que tenías sobre temas que ni siquiera recordabas haberte planteado pero de los que tienes una poderosa opinión, mejor argumentada incluso que otras sobre temas en los que piensas más a menudo.
Echo de menos, a fin de cuentas, una parte de mí que no sé dónde habré olvidado.

domingo, 10 de marzo de 2013

Incoherente fragmento de una historia empezada por la mitad

No nos han entrenado para esto. 
Mire donde mire, es lo único que puedo pensar. Durante los últimos meses hemos sufrido, hemos gritado, hemos llorado. Algunos han abandonado o, peor aún, muerto. Hasta ahora pensaba que nada podía ser peor que aquello, pero esto sin duda lo es.
-¡¡Gareth!! -en un rincón de mi cerebro, más que oír, intuyo el grito de Adda-. ¡Reacciona!
Mis músculos obedecen sin rechistar, aunque mi cerebro sigue perdido en la masacre que están contemplando mis ojos. Me agacho para esquivar el embite de un chico tres veces más grande que yo. Estoy seguro de que Adda está haciendo algo con mis reflejos y se lo agradezco infnitamente en silencio.
Retrocedo unos pasos mientras cierro los ojos intentando borrar de mi retina todas esas imágenes de sangre, destellos luminosos, fuego y acero chocando. 
Es difícil distinguir amigos de enemigos en el fragor de la batalla. Tal vez por eso nos han obligado a convivir a todos bajo el mismo techo, compartiéndolo todo, casi sin intimidad.
-Gareth, ¿qué te ocurre? -Adda ha venido hasta mí. Puedo ver en su rostro salpicado de sangre el reflejo del horror que a mí me tiene paralizado, pero ella es más fuerte. Siempre ha sido el soporte en el que se apoya nuestro equipo. No sé qué haría sin ella.
-Nada -le digo más para convencerme a mí que a ella-. No es nada.
-Pues espabila -me amenaza por mi bien-. Ya sabes que no soportaría perderte.
-Ni yo a ti -intento sonreírle, aunque no puedo, así que me conformo con rozarle la mano. Ninguno de los dos necesita más que eso para expresar lo que sentimos. Seguro que es por eso por lo que nuestro grado de afinidad es de los más elevados de nuestra generación...
Por un momento me maldigo, nos maldigo. Si nuestra afinidad no hubiera destacado tanto, no habríamos sido elegidos para esta histórica primera división de ataque en vez de ser entrenados como todos los demás para defendernos cuando nos atacan a nosotros. Si nuestra afinidad no hubiera sido tanta, no estaríamos aquí, viendo morir a nuestros amigos y no tan amigos en una batalla que ahora se me antoja sin sentido.

Y entonces es cuando de verdad esta batalla pierde todo el sentido.