martes, 8 de enero de 2013

Incoherencia pendiente

Tenía pendiente algo como esto, como un inventario de recuerdos del año ya pasado, un repaso de momentos...


Empezaré la lista por mi vuelta a casa por navidad, ya hace unos días más de un año. Mi -no suficiente- restauración emocional a medio camino entre la biblioteca y lo que fue mi hogar durante esos días, en los brazos de la persona amada.

Recuerdo que me negué a volver a aquel infierno de invierno a más de mil setecientos kilómetros de donde el calor que me abrigaba me convenció para seguir adelante... Debí hacer caso a mi instinto.

Sí, debí hacérselo. Eso lo he aprendido bien. Vaya si lo aprendí... Medio año más conviviendo con una tortura diaria de caos y ruido por no fiarme de mi primer instinto me han enseñado a fuego esa lección.

Y un mes de marzo que se salvó gracias a un concierto, a cinco talentos, a cinco personas con ganas de compartir su ilusión. A la terapia intensiva que tuve con ellos, que aun sin conocerlos, me olvide de tantas cosas que quería decirles y les resumí mis penas en el rato que tenía para verlos para poder expresarles toda la gratitud que sentía -y siento- por ayudarme a encontrarme mejor cuando su música me atraviesa al salir de los auriculares cuando le doy al play.

Tragué un cumpleaños en completa soledad y después regresé a casa para luego volver a sufrir el infierno, esta vez de calor.

Las cosas salían mejor aquí que allí y mi saturación fue tal que sólo quería dejarlo todo... 

Fuegos artificiales que reflejaban sobre los canales un deseo incontenible de regresar. Y regresé para no tener vacaciones de verano.

Agosto.

Los últimos coletazos de tortura llegaron en septiembre para acabar con el peor año de mi vida con decisiones de futuro ejecutadas con los plazos pegados a los talones.

Un inicio de curso demasiado seguido al fin del anterior, sin ordenador, con trabajo acumulándose sin cesar... Mientras tanto le puse letra, aunque al final haya sido solo para mí, a la melodía que mis cinco héroes de marzo compusieron.

La armonía y complicidad que eché en falta en la convivencia en el extranjero me estaban esperando en mi nuevo hogar.

Onces que se perdieron con dudas, preguntas y lágrimas disipadas por una simple risa. Hay que reírse más y preocuparse menos.

Reconforta saber que las amistades de verdad se mantienen aun después de largos periodos sin verse. Volver a las confidencias y a las risas de siempre no tiene precio.

Un adiós anunciado pero no por ello menos doloroso enterró una parte de mi vida junto a una pelotita y un boli, con un rosal marcando el punto exacto. Me consuela saber que pocos felinos han sido tan felices. Queda pendiente una despedida de verdad.

Y esta vez -y por fin- con ilusión, volvió a llegar el invierno, la navidad, la estabilidad. El final feliz de un largo ciclo más parecido a un mal sueño.

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