La felicidad está sobrestimada, es casi como un producto más que la sociedad actual nos vende como inalcanzable y nosotros, pobres infelices, no nos damos cuenta de que es precisamente ese anhelo por alcanzarla lo que más nos aleja de ella.
Por otro lado está la que he decidido llamar felicidad-dependiente, ésa que solo podemos alcanzar en función de otra persona. Extrapolando el concepto, se me antoja como una evolución de la asociación subliminal cada vez más arraigada generación tras generación entre consumismo y felicidad ("soy más feliz cuanto más tengo, o lo que tengo es más nuevo, o más caro"). Todos sabemos que existe pero no somos realmente conscientes de ello porque la mayoría seguimos atrapados en las garras de esta dualidad semántica.
La felicidad es equilibrio, es armonía, es sentirse realizado con uno mismo, no esa sensación elitista (me atrevería a decir que inventada en alguna campaña publicitaria de cierto refresco carbonatado de color caramelo) que parece que sólo unos pocos elegidos pueden sentir y que, por cierto, nunca somos nosotros.
Mi conclusión es que tenemos que desidealizar el concepto "felicidad" o nunca seremos del todo felices.